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Síndrome o desgarro de Mallory-Weiss

Nos toca atender en una guardia del hospital a Adrián, trabajador de la construcción, de 51 años, con antecedentes de buena salud, pero también de abuso de alcohol y de tabaco. Según refiere él mismo, es un bebedor de fines de semana que ingiere grandes cantidades de whisky u otras bebidas alcohólicas, y cantidades mínimas de alimentos, salvo ligeras “picaderas” durante los periodos de ebriedad. Es un vomitador fácil, sobre todo cuando intenta comer mientras bebe, y está aquejado por una tos crónica, improductiva, preferentemente nocturna, desde hace al menos dos años, lo que atribuye al cigarrillo y al polvo que respira en su trabajo.

Se presenta ante nosotros con signos de hematemesis relativamente abundante que comenzó hace unas 12 horas. La sangre roja y rutilante es evidente en su vómito. Al interrogatorio, reconoce que desde hace varios días presenta deposiciones blandas, oscuras y con muy mal olor (melena) que lo han asustado mucho pero que ha preferido ocultar a su familia. Atribuye la hiperacidez gástrica que padece desde hace tiempo a sus excesos con la bebida, y la combate, sin éxito, con antiácidos de venta libre.

Previo establecimiento de una vía venosa e hidratación adecuada, y pensando en la presencia de un sangrado por várices esofágicas por una posible cirrosis hepática, se realiza una endoscopía esofagogástrica diagnóstica. Para nuestra sorpresa, no se detectan várices en la porción inferior del esófago, pero sí varias laceraciones sangrantes en la mucosa de la unión cardioesofágica. Algunas de estas lesiones se extienden, con menos profundidad, hasta la zona del fundus gástrico. Se diagnostican, por tanto, varios desgarros lineales mucosos sangrantes, o sea, los hallazgos que configuran un típico síndrome de Mallory-Weiss.

En 1929, mientras estudiaban la evolución de la cirrosis hepática en pacientes alcohólicos, los investigadores norteamericanos Kenneth Mallory y Soma Weiss encontraron a 15 pacientes con desgarros sangrantes de la unión cardioesofágica sin varices. Estos investigadores demostraron claramente que podían ocurrir sangrados digestivos importantes en pacientes con cirrosis sin la presencia de várices esofógicas. Desde entonces, este síndrome se conoce con el nombre de ambos autores: Síndrome de Mallory-Weiss.

Posteriormente y a lo largo del tiempo, se ha descrito infinidad de casos, pero no solo en cirróticos y/o alcohólicos, sino en condiciones como el GERD, las hernias hiatales, las bronquitis crónicas, los cuadros alimentarios como la bulimia y la anorexia, las diversas drogadicciones, las intoxicaciones por salicilatos e, incluso, en epilépticos mal controlados.

La causa fisiopatológica básica en todos estos casos es el gran aumento y la prolongación de la presión sobre el área cardioesofágica que imponen los vómitos repetidos, la tos crónica, las convulsiones o la mezcla de 2 o 3 de estas condiciones. Su incidencia es de unos 4 a 6 casos por cada 100,000 habitantes. Afecta más al sexo masculino en proporción de 3-4 a 1 y puede verse en los adultos a cualquier edad. La mortalidad es baja, salvo en estadios avanzados de cirrosis hepática o en los casos complejos en que se acompaña de várices esofágicas.

Los rayos X con contraste son de poca ayuda diagnóstica. El diagnóstico definitivo se hace por endoscopía del tracto digestivo superior. El tratamiento pasa por la eliminación de las causas desencadenantes y puede llegar incluso a la cirugía si se vuelve necesario suturar, embolizar o fotocoagular alguna arteria sangrante. La anemia, de presentarse, debe ser tratada con transfusiones de sangre. El tratamiento a largo plazo debe ser llevado siempre por un especialista. Se han reportado algunos casos, muy pocos, de perforaciones desde el esófago desgarrado al mediastino o a la pleura.