
Félix J. Fojo, MD
En ciertas ocasiones muy particulares, digamos que cuando el medio ambiente se vuelve demasiado estresante y agresivo, procrastinar, dejar pasar el tiempo, aislarse del mundo circundante puede resultar muy beneficioso.
Pues bien, hay bacterias, hongos y ciertas plantas (musgos y helechos) que, para protegerse de un medio ambiente adverso, hacen justamente eso, y lo hacen formando unos paquetes celulares ultrafuertes a los que se les llama esporas. Estos paquetes celulares, contra toda lógica y con una resiliencia asombrosa, pueden esperar para regresar a su estado natural por meses, años e incluso siglos y milenios (existen reportes paleontológicos aislados de esporas viables con varios millones de años de existencia), hasta que el medio ambiente vuelva a ser amistoso con ellas y retomar entonces su estado original.
Por definición, una espora es un cuerpo microscópico unicelular o pluricelular, en etapa de inactividad, que se forma con fines de resistencia a la desecación, dispersión y supervivencia no reproductiva para un muy largo tiempo, fenómeno denominado dormancia. El fin último de la esporulación es proteger el ADN bacteriano. El término espora viene del griego “sporá” que significa semilla. En muchas células eucariotas las esporas son parte de la reproducción, pero ese es un tema para ser tratado aparte.
Las esporas bacterianas, que son las que nos interesan aquí, son propias de ciertas bacterias que por lo general desarrollan una sola espora por cada célula. Son bacterias terrestres, casi siempre Gram positivas, que se inducen al estado de espora por un proceso biológico llamado esporulación. Existen tres tipos de esporas bacterianas:
- Endosporas: como los Bacillus y Clostridium;
- Exosporas (quistes bacterianos): como los Actinomyces y Streptomyces;
- Acinetos: como las cianobacterias.
El estado de espora protege eficazmente a las bacterias contra una gran diversidad de estresores: desecación, frío, calor, trituración, ausencia de nutrientes, radiación ultravioleta, rayos X, medioambiente salino, pH extremo (tanto ácido como alcalino), ondas de choque, agentes oxidantes, desinfectantes de diversos tipos, entre otros. Aunque existen algunos productos químicos que pueden luchar contra las bacterias esporuladas, solo la vieja esterilización por autoclave, que utiliza calor y presión al mismo tiempo, produce resultados óptimos.
Recientes estudios microbiológicos se han centrado en los complejos mecanismos iónicos (eléctricos) mediante los cuales las esporas comienzan a “despertar” para regresar a su estado natural.
Las bacterias y hongos formadores de esporas son importantísimos para la microbiología, la medicina clínica, la epidemiología y la medicina militar. Las armas bacteriológicas de destrucción masiva, y el terrorismo consecuente, se centran fundamentalmente en las bacterias que producen esporas.
El carbunco, el ántrax, el tétanos, el botulismo, la gangrena gaseosa, la colitis pseudomembranosa, la histoplasmosis, todas enfermedades producidas por esporas, nos dan una idea de esta importancia.