El síndrome del pequeño emperador

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Félix J. Fojo, MD
felixfojo@gmail.com
ffojo@homeorthopedics.com

La familia tradicional china tuvo, durante milenios, la fórmula 4=2=X, donde 4 son los abuelos maternos y paternos, 2 son los padres y X son los hijos, que en muchas familias, sobre todo campesinas, podían ser diez, quince o más. Esto llevó a la China del siglo XX a la población más elevada en el planeta.

Luego de los desastres económicos y las hambrunas del llamado Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural, dos terremotos sociales desencadenados y dirigidos por Mao Xedong, el Gobierno chino –a la muerte de este– se enfrentó a una situación caótica. Es cuando Deng Xiaoping, para controlar la natalidad que ahogaba al país, decreta en 1979 la ley del hijo único, que lleva a la familia china a la fórmula 4=2=1, cuatro abuelos, dos padres y un solo hijo.

¿Qué ha ocurrido entonces en estos 34 años? Se calcula que han dejado de nacer 400 millones de niños, lo que ha facilitado el enorme desarrollo económico de la China actual, pero por otro lado se ha creado toda una nueva generación de hijos únicos.

A los serios trastornos psicológicos y sociológicos que sufren estos niños y sus familiares cercanos se les ha denominado el “síndrome del pequeño emperador”.

Niños consentidos, egocéntricos, egoístas, ajenos a toda empatía social o familiar, autodestructivos, acosadores, sometidos a la vez al consentimiento de sus padres por ser los únicos y a la enorme presión de estos mismos padres para que triunfen y brillen en un entorno cada vez más competitivo y marginante. Como señala el profesor Toni Falbo (University of Texas), a pesar de una disciplina extenuante solo el 2% de estos niños logra llegar a la universidad.

Es frecuente en la China de hoy el bullying del hijo a los padres, que puede llegar incluso al asesinato, sobre todo de la madre, pero que también ha llevado a China a ostentar el primer lugar en el mundo en suicidios de niños y adolescentes.

Se pueden encontrar, y se encuentran, casos del síndrome del pequeño emperador en todos los países desarrollados e incluso en muchos del tercer mundo, pero en ninguno el problema alcanza la magnitud y la profundidad a que ha llegado en China.

Su diagnóstico es psicológico-psiquiátrico (e incluso legal) y su tratamiento es complejo y muchas veces se evade del alcance del médico.

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