- Félix J. Fojo, MD
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Un joven jugador de fútbol americano, provisto de casco de última generación, sufre una concusión cerebral relativamente ligera. Durante unas pocas horas tiene cefaleas, náuseas, mareos, irritabilidad, cierto grado de confusión y no recuerda bien el momento del encontronazo, pero todo esto pasa sin tratamiento y dos días después se siente muy bien.
Regresa al campo de entrenamiento. Su cabeza, protegida por el casco, choca con la de otro jugador, da unos pasos, cae al suelo. En unos minutos entra en coma profundo y muere al día siguiente a pesar del tratamiento intensivo. Estamos ante un cuadro típico del llamado “síndrome del segundo impacto”.
Casos como este se han venido reportando, en forma creciente, desde hace unos veinte años, precisamente en forma paralela a una gran mejoría en la calidad de los cascos empleados por estos atletas. Las autopsias demuestran una severa congestión vascular, un edema de tal magnitud y velocidad de aparición que ha adquirido el sobrenombre de “maligno”, y cierto grado de distorsión neuronal. Se conjetura que la concusión inicial produce un rápido mecanismo de aceleración-desaceleración seguido por una alteración transitoria de la fisiología regulatoria del flujo de sangre al cerebro y de la dinámica del líquido cefalorraquídeo. Con un segundo impacto, incluso leve, se descontrola totalmente el sistema autorregulatorio, apareciendo entonces las alteraciones que llevan al coma profundo y a la muerte cerebral.
Esta explicación es lógica pero ha sido profundamente debatida. No se explica, por ejemplo, cómo en otros deportes violentos, como el boxeo, no se presenta un cuadro semejante a este.
¿Tiene algo que ver la aparente perfección del casco con este síndrome? No existe una respuesta satisfactoria hasta el momento. Por lo pronto, el síndrome del segundo impacto debe entenderse como una complicación mortal del mucho más frecuente síndrome de colisión.