Torre de marfil

Paul Klee y la esclerodermia

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Félix Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana
ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

El famoso pintor Paul Klee definió su actividad de la siguiente manera: “El arte principal es el arte de vivir; mi profesión ideal sería la de poeta y filósofo, pero mi profesión real es la de pintor, y en último lugar, porque de algo debo vivir, la de ilustrador”.

Paul Klee (1879-1940) nació y murió en Suiza, pero siempre se consideró, y se nacionalizó –gracias a su padre– alemán, al extremo de combatir junto a las fuerzas armadas alemanas en la Primera Guerra Mundial. Su formación pictórica también transcurrió en el país germano. Paradójicamente, todos en su familia, incluyéndolo a él mismo –violinista precoz y destacado– eran músicos profesionales y, de hecho, las notas y los instrumentos musicales son frecuentes en las imágenes de sus pinturas. Tuvo que ver –y en todas aportó y brilló– con las escuelas pictóricas expresionista, surrealista, cubista, fauvista y abstraccionista, aunque no se le encuadra orgánicamente en ninguna de ellas. Su libro Escritos sobre la teoría y la forma del diseño es considerado una aportación fundamental a la teoría y la práctica del arte moderno y hoy en día sigue siendo material de estudio en las escuelas de Arte y Arquitectura.

La llegada al poder del nazismo constituyó una tragedia para Paul Klee. Los nazis lo acusaron de practicar un arte degenerado (lo que no impidió que robaran y escondieran algunos de sus cuadros) y lo empujaron al exilio, hecho que lo sumió en una gran depresión de la que no llegó a recuperarse nunca.

Pero el golpe final llegaría en el año 1935. Comenzó con un “gran catarro bronquial”, acompañado de fiebre, cansancio generalizado y un rash cutáneo. Al inicio, le diagnosticaron sarampión, pero después de un tiempo prudencial se dieron cuenta de que los signos y síntomas, incluyendo ahora la disfagia, las dolorosas inflamaciones articulares que a veces le impedían caminar y pintar y una extraña infiltración de la piel –sobre todo de los brazos y el rostro– evolucionaban hacia la cronicidad.

Aunque el diagnóstico de esclerodermia es evidente, y la enfermedad era bien conocida en los años 30 (descrita como “piel de madera” por el galeno italiano Carlo Curzio en 1753), no hay constancia escrita de que se le haya diagnosticado formalmente a Klee. Las fotografías que se le tomaron desde 1936 en adelante muestran la evolución de la enfermedad, sobre todo en la progresiva inexpresividad de sus facciones y la rigidez de sus manos. Pocas veces puede seguirse la evolución de una enfermedad en la obra de un artista como en el caso de Klee. Los cuadros de su última etapa conforman una historia clínica de la esclerodermia, inigualable por su expresividad y calidad. Pocos meses antes de morir pintó un cuadro, de magnífica factura, al que intituló Cementerio, en el que puede verse, girando la pintura, su autorretrato. En El Creador, y no solo en esta obra, se muestra a sí mismo con sus manos como garras.

Gracias al apoyo incondicional de sus amigos Bracque, Picasso y Kandinsky, que lo alentaron a no rendirse, Paul Klee siguió pintando casi hasta los últimos momentos de su vida. La causa secundaria del fallecimiento del maestro fue una miocarditis esclerodérmica típica, complicación que suele con frecuencia terminar con la vida de estos pacientes. La enfermedad fue terriblemente destructiva para Klee pero, al mismo tiempo, extrajo de él fuerzas y sentimientos que elevaron su pintura a cimas artísticas impensables.

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Paul Klee, 1922, (Senecio, óleo sobre lienzo 15,8" x 14,7", Kunstmuseums Basel)
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