Manejo de la depresión resistente

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Ileana M Fumero, MD, FAPA, PsyPharM., DABPN, DABFE
Especialista en Psiquiatría

Uno de cada tres pacientes con depresión responde efectivamente al tratamiento inicial con un antidepresivo. Por lo tanto, un 65% de los pacientes persistirán con síntomas. No obstante, las posibilidades de recuperación no se agotan en ese primer intento ya que existen alternativas terapéuticas a las que se puede recurrir ante una depresión resistente. Una depresión resistente es aquella que no ha respondido a dos antidepresivos que han sido utilizados por tiempo adecuado y en dosis adecuada. El 80% de las personas con depresión resistente responde a una combinación de fármacos.

Entre las estrategias farmacológicas para tratar la depresión resistente, está añadir un segundo antidepresivo con un mecanismo de acción diferente del primero. Otra alternativa sería la terapia de aumento que implica añadir un segundo medicamento, que no sea un antidepresivo. Entre estas alternativas se encuentran los antipsicóticos, el litio, la lamotrigina, la hormona tiroidea, el pindolol, clorhidrato de olanzapina y fluoxetina (Symbyax), la buspirona y/o un estimulante. De los antipsicóticos de segunda generación, solo el aripriprazole (Abilify) y la quetiapina (Seroquel XR) han obtenido la indicación de tratamiento adjunto para la depresión resistente o refractaria. Si el paciente ha demostrado una respuesta parcial a un antidepresivo, es decir, si han mejorado algunos síntomas pero no ha llegado a la remisión, entonces es recomendable que, como alternativa para lograr la remisión, se potencie el primer antidepresivo con un segundo fármaco. Esta potenciación ofrece ventajas, ya que no se pierde la respuesta inicial que se obtiene del primer antidepresivo y no ocurre un síndrome de discontinuación ya que no se retira el antidepresivo.

La remisión de síntomas en un paciente con depresión se debe obtener prontamente. Las estrategias farmacológicas que se empleen en el tratamiento de la depresión deben ser reevaluadas por periodos de 4 a 6 semanas. Es decir, si se comienza un antidepresivo ya a las 4 semanas se debe decidir si es efectivo o si se debe contemplar el cambiarlo o potenciarlo. Retardar la obtención de una remisión de síntomas conllevaría un mayor riesgo de recaídas, de cronificación de la enfermedad y hasta el riesgo de desarrollar demencia.

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