El espacio peripersonal

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Félix J. Fojo, MD
felixfojo@gmail.com
ffojo@homeorthopedics.com

La proxemia es la rama de la ciencia que estudia la organización, el empleo, la gestión y la percepción física y psicológica del espacio que rodea a un ser vivo. Fue creada –como una prolongación de la semiótica– por el antropólogo norteamericano Edward T. Hall (1914-2009). Pero los trabajos fundamentales que la conforman y muchas de sus aplicaciones prácticas se deben al notable biólogo suizo Heini Hediger (1908-1992), especialista en comportamiento de animales en cautiverio o en semicautividad. Hediger fue considerado como “El hombre de los zoológicos”, porque dirigió algunos de los más importantes en Alemania y en Suiza, y las primeras grandes reservas de animales a cielo abierto en África.

Un ejemplo ilustrativo de los trabajos de Hediger para el diseño de estas instalaciones es: una cebra y un león pueden convivir en paz siempre y cuando mantengan entre ambos una distancia suficiente. Esta es la denominada “distancia de defensa”. Si el león se acerca demasiado a la cebra, esta escapará si tiene tiempo y espacio para hacerlo; esa es la distancia de huida o de “vuelo” (“flight distance”). Si la cebra no puede escapar y el león avanza, surge la “distancia crítica”, en la que la cebra –ya sin salvación– se recogerá en sí misma (otros animales se reviran y pelean), se “frizará” y esperará el ataque y la muerte.

Entre los animales de cría –esto vale para los de granja, los domésticos en general y las mascotas en particular–, el hombre ha ido reduciendo la distancia de defensa a cero, aunque esa aceptación de cercanía puede modificarse bruscamente en ciertas circunstancias (por ejemplo, un caballo encabritado, un toro de lidia o un perro defendiendo su territorio).

Hediger midió con gran exactitud las distancias de huida para diferentes animales y señaló que el ser humano también se protege de las potenciales amenazas externas estableciendo, a veces en forma inconsciente, distancias críticas. Aunque también estas distancias pueden estar muy tamizadas por la civilización, las leyes y determinados sentimientos.

Esas distancias que el hombre establece con su entorno sean conscientes o inconscientes, innatas o adquiridas, simples o complejas, son denominadas genéricamente “espacio peripersonal” por los especialistas en proxemia. Imaginemos a uno sentado solo en un banco de un parque y que, de pronto, llega un extraño quien, en lugar de sentarse al otro extremo, lo hace justo al lado suyo. El estrés que esto genera es una manifestación inconsciente de la presencia en las vías interneuronales del espacio peripersonal.

El estudio histórico de la evolución social de los espacios peripersonales es fascinante. ¿Cuánto ha tenido que evolucionar la humanidad para soportar, sin respuestas de huida demasiado evidentes, la hora del rush en una línea de metro o para presenciar un partido de fútbol en un estadio atiborrado de gente? La investí-gación de la evolución de los espacios peripersonales es aún más interesante porque existen muchos aspectos que todavía no se comprenden del todo.

Pudiera pensarse que nuestra piel establece una clara frontera entre nosotros y el resto del mundo, pero no es del todo así. Cuando alguien sufre una pérdida y dice que “necesita espacio para recuperarse” y busca la soledad, está dando una formulación más compleja del espacio peripersonal que cuando se aleja por instinto de un precipicio, pero ambas respuestas tienen vías neurológicas que se comparten en comunidad.

El tema de los espacios peripersonales –conocidos ahora por todos como “distancia social”– ha ganado una enorme importancia en el último año por la pandemia del COVID 19. Y esto nos lleva a otro aspecto señalado por Hediger en la década de 1940, que es el “espacio peripersonal de predicción”, que puede manifestarse como predicción negativa (alguien estornudando cerca) o positiva (el aroma de un buen café), pero ese será tema de otra nota.

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