Lillian Santos PsyD

Compasión, virtud del doctor

Una paciente espera su turno en una oficina médica. Lleva consigo unos resultados de laboratorio y radiografías, que ella no entiende. Tiene el miedo y la ansiedad que suelen acompañar a quien enfrenta la posibilidad de que le den una mala noticia. María (así la llamaremos) ha llegado a las 8 am y tiene el turno 27, pues en esa oficina solo se atiende por orden de llegada. Luego de 7 horas, de haber leído todas las revistas y de haber hablado con todos los que están esperando con ella, al fin, la llevan a la oficina del doctor. Una vez allí, espera unos 35 minutos más.

Finalmente llega el médico, cansado y agobiado por estar retrasado con una oficina todavía llena y, al mismo tiempo, contestando la llamada de su esposa que le recuerda la reunión de padres y maestros de los niños a las 7 pm. El médico abre los resultados a toda prisa y mira las radiografías. María es la paciente número 27 de los 32 que atenderá ese día. Pero María es la ÚNICA madre, esposa, hija, hermana para una familia que se verá muy afectada por el diagnóstico de una enfermedad catastrófica. Acto seguido, le suelta un: “M’ija, estás chavá: tienes cáncer”. Para María es como el fin del mundo. Es evidente que el médico, estando muy recargado y con mucho estrés, no se ha fijado siquiera en si su paciente está acompañada o no.

Es una escena extrema, pero que nos recuerda que debemos cuidar y escoger las palabras y ponernos en el lugar ajeno, con empatía y midiendo el impacto de nuestra comunicación. Siempre es difícil transmitir una mala noticia, pero el paciente sabrá entender, agradecer y escuchar si en las palabras hay sentimientos de aliento, esperanza y sensibilidad al dar un diagnóstico desfavorable. Es decisivo no perder la perspectiva y la sensibilidad ante el dolor que pudiera provocar una mala noticia. ¡Las palabras del médico son tan importantes! La consideración y ser sensibles al sufrimiento humano son factores que distinguen a alguien que ama y valora su profesión.

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