Temas de Interés / Torre de Marfil

Aulo Vitelio y el cuello proconsular

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Félix J. Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana
ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

Aulo Vitelio Germánico fue un emperador romano; uno de tantos y no el peor, porque emular la maldad de un Nerón o de un Calígula requería poseer un don de sadismo y crueldad que no todos podían tener, pero de ninguna manera fue un santo.

Lo cierto es que Aulo Vitelio (“Germánico” se le agregó al ser proclamado emperador por sus soldados) no nació para emperador, lo hicieron emperador y muy probablemente contra sus deseos más íntimos, pues su verdadera pasión no era el poder sino la comida. Vitelio, en verdad, nació para comer, para devorar cantidades ingentes de comida (incluso la dedicada a los dioses en los sacrificios) a cualquier hora del día y de la noche.

En su juventud fue un gordito amable y dado al juego de dados (además de la glotonería, claro está) que dejaba correr sus días en las corruptas cortes de los emperadores Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Además del juego y los eternos banquetes, gustaba de hacer favores y contar historias. Le encantaba conducir el carro de Calígula y llevar y traer chismes y recados.

Pero todo se torció cuando el emperador Galba, para ayudarlo a conseguir dinero para pagar a sus acreedores, le otorgó el mando militar de la relativamente pequeña pero rica provincia de la Germania Inferior.

Vitelio no era militar ni le gustaba serlo, por lo que al ocupar la nueva jefatura se olvidó por completo de sus nuevas funciones administrativas y castrenses y se dedicó a su gran pasión: los banquetes interminables y apoteósicos.

Los soldados bajo su mando nunca habían vivido mejor y con más comodidades, por lo que decidieron que Vitelio debería ser emperador y, ni cortos ni perezosos, lo proclamaron como tal, olvidando que un soldado cruel y vengativo como Vespasiano aspiraba a ese cargo. Marchó a Roma rodeado por sus soldados y ordenó, como hacían los otros, ejecuciones y asesinatos, violaciones y robos de la fortuna de sus enemigos, que en unos pocos meses eran ya incontables; pero en realidad Vitelio lo único que quería era que lo dejaran comer en paz.

A los ocho meses de su proclamación como emperador fue derrotado por Vespasiano y asesinado y descuartizado salvajemente (con toda la familia que le quedaba) en la arena del circo. Su cadáver destrozado fue lanzado al Tíber.

Aulo Vitelio no dejó una obra de valor para la posteridad, no hizo buenas leyes ni llevó a cabo conquistas de importancia. Pero gracias a un busto suyo que ha llegado hasta nuestros días, la medicina moderna cuenta con la descripción del denominado cuello proconsular: un cuello de toro más grueso que la cabeza que sostiene, producido por una adenitis e inflamación de gran envergadura que llega hasta el mentón, propia de algunas infecciones muy severas.

Por lo menos un aporte a la semiología médica que Aulo Vitelio no soñó, aunque debe quedar claro que el cuello de Vitelio no se asemejaba a un cuello de toro por ninguna adenitis, sino por la enorme obesidad que padecía.

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