Temas de Interés / Torre de Marfil

Una bella dama y un raro síndrome: Liz Taylor

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Félix J. Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana
ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

La belleza de la dama Elizabeth Rosemond Taylor (1932-2011), conocida por todos los amantes de la farándula y del cine como Liz Taylor es sencillamente antológica.

Pero la moneda de Liz Taylor tuvo otra cara que, por cierto, ella supo llevar con mucha dignidad y elegancia, y esa cara oscura fueron sus constantes enfermedades y padecimientos.

En 1956, con 24 años de edad, Liz pasó dos meses en el New York’s Columbia Presbyterian Hospital por el aplastamiento de tres discos intervertebrales. No fue su primer internamiento en un centro hospitalario, pero sí el inicio de una severa adicción a los medicamentos para el dolor (painkillers) y en muchas ocasiones al alcohol.

En los siguientes años padeció una severa neumonía –que la salvó de morir en el accidente de aviación que mató a su marido de entonces, Mike Todd– y una meningitis de causa poco clara.

En marzo de 1961, mientras filmaba Cleopatra, fue necesario practicarle una traqueotomía por una nueva y severa neumonía que la mantuvo varios días con ventilación asistida. En 1968 se le practicó una histerectomía parcial, debido a un sangrado. En 1973 se le resecó un ovario por un quiste que parecía maligno, pero no lo fue. Después sufrió una laceración esofágica por un hueso de pollo y una seria ruptura de ligamentos en ambas piernas a causa de un accidente automovilístico en Israel.

Siguieron muchos tratamientos de desintoxicación y rehabilitación, tres implantes de caderas, la reconstrucción ortopédica de una pierna, la resección de un tumor cerebral bastante grande pero benigno, varias reconstrucciones y fijaciones vertebrales, caídas con diversas fracturas, nuevos episodios neumónicos, enfermedades gastrointestinales, serios trastornos del ritmo cardiaco, diabetes mellitus y muchas otras patologías intercurrentes; además, la insuficiencia cardiaca –que acabaría con su vida– ya daba sus primeros pasos desde veinte años antes. Sin embargo, casi nadie reparó en el hecho de que la excepcional belleza de los ojos de Liz se debía al raro color violeta que poseían y, sobre todo, a la doble hilera de pestañas que los rodeaban.

Se trataba, casi con toda seguridad, de un síndrome de distiquiasis congénita, bastante infrecuente por cierto, que se transmite de forma autosómica dominante y que hoy sabemos se debe a una mutación del gen FOXC2.

Este síndrome, además de presentarse con una hilera extra de pestañas en la línea de las glándulas de Melbonio, cursa también con alteraciones progresivas del tejido conectivo, de los huesos, diabetes mellitus y alteraciones progresivas de las fibras musculares del corazón, lo que explicaría casi todo el muestrario de patologías que Liz Taylor sufrió.

De haber podido, ¿hubiera escogido ella curarse y perder su belleza? Conociendo su temperamento y forma de proceder lo dudamos mucho.

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