La violencia social

y el malestar que refleja como consecuencia de relaciones injustas, insatisfacciones y represiones
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Brenda Matos, MD
Psiquiatría General y Subespecialista en Niños y Adolescentes
Presidenta, Sociedad Psiquiátrica de Puerto Rico, Capitulo APA, PR
Presidenta, Capítulo de Psiquiatría de Niños y Adolescentes del
Colegio de Médicos-Cirujanos de Puerto Rico;
Vicepresidenta, Academia de Psiquiatría de Puerto Rico;
Directora Médica, Departamento de Salud Mental, San Jorge Children’s Hospital

Diariamente hay episodios de violencia social y familiar, de agresividad, de suicidios y homicidios. Las angustias económicas, las tensiones laborales y familiares, la inequidad, la inseguridad, la presión social, las frustraciones y hasta el caos del tráfico son factores que precipitan estas situaciones o dinámicas patológicas que pueden llegar a convertirse en parte de la “normalidad” de personas y de familias.

La violencia es una realidad presente en la vida diaria y muy bien estudiada en todas sus dimensiones. Un historial de violencia previa, el uso de sustancias, trastornos psiquiátricos, traumas a temprana edad, trastornos neurológicos y psicosociales pueden ser indicadores de riesgo para manifestaciones de violencia. Así, alteraciones de salud mental individual pueden explicar muchos casos de violencia social. Hay estudios que reportan que el 37% de las personas con depresión tienen irritabilidad y el 60% de ellas llegan a atacar físicamente a otro individuo. Del 40 al 80% de los casos de violencia en las salas de emergencias se relacionan con el abuso de drogas.

Mecanismo de violencia en el individuo

La violencia afecta la estructura y la función del sistema nervioso central y también afecta la conciencia.

La neurociencia establece que la agresividad es el resultado del desbalance químico –de posible origen genético– entre niveles bajos de serotonina (el neurotransmisor que regula estados de ánimo) y niveles altos de dopamina (asociada al placer). El sistema serotonérgico tiene un efecto inhibidor sobre el dopaminérgico. Por ejemplo, el consumo de alcohol disminuye los niveles de serotonina, causando una pérdida de control emocional, provocando un aumento en las reacciones violentas de quien lo consume. También puede promover alteraciones en las percepciones e ideas, afectar la comprensión de circunstancias, desinhibir e influir en la ruptura de códigos éticos, morales y en las buenas costumbres de convivencia.

Según estudios especializados, las actitudes violentas y la agresividad tienen origen neuronal demostrando déficits concretos en la estructura cerebral. La corteza prefrontal es más pequeña en asesinos y personas de comportamiento antisocial, y se observa mayor actividad en la amígdala y menor actividad en el lóbulo frontal. La amígdala interviene en la expresión de las emociones y se relaciona con el miedo, mientras que el lóbulo frontal se vincula con el razonamiento, la toma de decisiones y el autocontrol. Otras áreas asociadas con la agresividad son el hipotálamo, el cíngulo, el hipocampo y el lóbulo temporal. El modelo endocrinológico señala que las hormonas esteroideas, como la testosterona, influyen en la conducta agresiva. Los niveles de testosterona en los niños empiezan a aumentar con la pubertad, como también la conducta agresiva entre los animales machos de laboratorio, según las investigaciones. Algunas conductas agresivas son el reflejo de estados fisiológicos inducidos y reforzados por agentes estresantes ambientales.

Cifras y repercusión de la violencia social

Los problemas de salud mental pueden llevar a violencia doméstica, a maltrato de menores, de mujeres y de personas de edad avanzada. Cada día se denuncian muchos casos de violencia doméstica. Al año, el Departamento de Familia recibe unas 35 000 querellas y tiene sobre 6 000 niños y adolescentes en custodia.

La salud es un derecho fundamental, así como el acceso a servicios de salud de calidad (Ley 235, 2015). La violencia social y los trastornos mentales requieren atención especializada prioritaria.

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