Torre de marfil

¿Qué fue de la clorosis?

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Félix Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana
ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

Corría el año 1554 cuando el médico alemán Johannes Lange describió un cuadro clínico que observaba con frecuencia en mujeres jóvenes, al que llamó “morbus virgineus”, o sea, enfermedad peculiar de las vírgenes. Luego aparecieron diferentes nombres para esta condición: febris amatoria, clorosis, languidez de amor y, unos tres siglos después, anemia hipocrómica. Lo que preocupaba a los familiares, sobre todo a los padres, de las muchachas que padecían esta enfermedad (palidez, letargia, tristeza, palpitaciones, alteraciones menstruales o amenorrea, enfriamientos, anorexia, cefaleas y debilidad) era el peligro de que se quedaran “para vestir santos”, o sea, solteras. La mujer, decía un autor del siglo XIX, “es una flor que se marchita con pasmosa rapidez cuando de ella se apodera la clorosis”.

Con el tiempo, esta condición se unió a otras dolencias propias de las mujeres jóvenes como la histeria, la neurastenia, la fiebre blanca y el “útero errante”. Esta última fue descrita en 1670, basándose en una sentencia del papiro de Lahun (1590 ANE) y por Platón, como “un pequeño animal, el útero, que se mueve dentro de un animal más grande, la mujer”. Una prueba de machismo, que hoy sería intolerable. No olvidemos que la medicina era androcéntrica, o sea, manejada por hombres. Así eran esos tiempos.

Esa enfermedad era producto, pensaban entonces, de humores acumulados en el abdomen que creaban una “zona cenagosa”, unas “charcas estancadas” y a veces “malolientes” que envenenaban el organismo. En el siglo XIX alguien le echó la culpa a la presión del corsé. Virchow, en 1825, planteó la posibilidad de una hipoplasia vascular que dificultaba el flujo menstrual. Se propusieron tres tipos de tratamiento: dos de ellos públicos, el agua de acero (limaduras de hierro hervidas en vino blanco con azúcar y especias) y el sol, tomado moderadamente y la lucha contra la pereza mediante trabajo en el hogar, y un tercero –que se indicaba en voz baja y al padre de la enferma–: buscarle un marido cuanto antes y que salga embarazada pronto. Con esto, las mujeres solían curarse sin quedar secuelas. ¿Por qué? Porque se pensaba que desaparecían “las pasiones de la mente que facilitan que los humores se encharquen”. Remedio santo.

El verdadero y masivo auge de la enfermedad verde, o clorosis, se produjo en la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Las causas de esta avalancha de casos parecen haber sido el aumento del tiempo entre la pubertad y la maternidad (casamientos más tardíos), la moral victoriana, la “era de la ansiedad”, y un sistema de salud con mayor acceso al diagnóstico. En fin, una enfermedad de la civilización, que atacaba cada vez más a las niñeras, obreras, empleadas de limpieza y trabajadoras manuales que a las jóvenes de clase alta. ¿O en estas se ocultaba o solo se hablaba de mal de amores?

El primero en dudar de su existencia fue el inglés Andrew Fogo; y lo dijo en 1803 en una conferencia muy criticada. En 1868, Raciborski culpó a las novelas románticas por desencadenar la clorosis. Para 1930, esta enfermedad había desaparecido de los textos médicos; pero ¡oh, sorpresa!, en 1987 William Crosby publicó un caso en el Journal of the American Medical Association. En 1992 Rudolph Bell publicó un libro titulado Santa anorexia en el que estudia 261 casos de santas y mujeres con aura de espiritualidad (del año 1200 al presente), supuestamente cloróticas y que describe como anoréxicas.

Lo cierto es que hoy ya nadie habla de clorosis, cuyo epitafio escribió Don Gregorio Marañón en 1936: “Esta enfermedad que ha figurado en millones de diagnósticos, que ha influido tanto en la vida de la mujer, y por tanto del hombre, durante siglos, que ha enriquecido a farmacéuticos y propietarios de aguas minerales, que ha hecho exhalar tantos suspiros de jóvenes y movido la inspiración de tantos poetas, sí, la clorosis, en fin, no ha existido jamás”.

Será que fue una ilusión y nunca existió, o es que desapareció con la modernidad o, y es lo más probable, la conocemos hoy por otros nombres como anorexia, hipotiroidismo por déficit de yodo o bulimia. Buenas preguntas para un gran misterio.

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