La Ruta de la Seda:

Una extraña maldición
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Félix J. Fojo, MD
felixfojo@gmail.com
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Los primeros testimonios escritos que narran con algún detalle la llegada a tierras europeas de caravanas de mercaderes procedentes del Asia profunda, en particular de China, se remontan al siglo VII, pero quien dio relevancia histórica a estos viajes fue el comerciante y viajero veneciano Marco Polo (aproximadamente 1254-1324).

En realidad, Marco Polo, según se cuenta, no escribió sus amenas y a veces fantásticas crónicas, sino que las dictó en la cárcel al escribiente Rustichello da Pisa. Lo cierto es que los historiadores no se ponen de acuerdo en cuanto a la veracidad, en todo o en parte, de lo narrado en este libro que originalmente se llamó El Millione. Incluso se ha llegado al extremo de sugerir que Rustichello da Pisa pudo haberlo inventado todo, quizás hasta al propio Marco Polo, pero ese no es el tema de este breve artículo.

Las vías terrestres y marítimas para viajar de China a Europa (y viceversa) que describe Marco Polo se conocían entonces como “La Ruta de las Caravanas”. El nombre de “Ruta de la Seda” fue puesto por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen en 1877, refiriéndose a los cerca de 6500 kilómetros de azarosos caminos que llevaban desde Chang’an, en el extremo este de China hasta la Europa Occidental, pasando por lugares desolados y desérticos (Gobi o los Himalayas, entre otros) hasta ciudades que excitan la imaginación y la codicia como Bujara, Trebisonda y Constantinopla.

La Ruta de la Seda decayó en el siglo XVI con el auge de la navegación marítima, pero en los 9 siglos durante los cuales estuvo en plena actividad comercial vio pasar por ella, en ambas direcciones, no solo sedas, sino también especias, jade, bronces, cerámicas, porcelana, lacas, pieles, hierro forjado, cristales, vajillas, marfiles, objetos de oro y plata, tintes, perfumes, piedras preciosas, alfombras, armas, muebles lujosos y un largo etcétera.

Pero también estuvieron viajando en ambas direcciones tres objetos o bienes intangibles: ideas (formas de ver la vida, filosofía, religiones, cultura), enfermedades (infecciones, parásitos, epidemias) y ... genes.

Y precisamente de estos últimos nos ha quedado hasta el presente la enfermedad genética que se ha dado en denominar “La maldición de la Ruta de la Seda”. Su nombre médico es Enfermedad de Behcet (en propiedad Adamantiades-Behcet), una perivasculitis multisitémica autoinmune estrechamente relacionada con los locus genéticos GWAS y HLA B51, que se presenta indistintamente en hombres y mujeres jóvenes.

Esta severa condición, caracterizada por la tríada de serias manifestaciones oculares, ulceraciones genitales recurrentes y lesiones dermatológicas, que además suele presentarse con aftas bucales muy dolorosas, poliartritis, eritema nodoso, diversas cardiopatías, sangrados gastrointestinales, bronquitis crónicas, fallo renal y alteraciones del sistema nervioso central, tiene una gran prevalencia justo en las áreas geográficas que recorría la Ruta de la Seda.

La ciencia aún no tiene una explicación clara para la distribución geográfica de esta enfermedad (tampoco la tiene para su etiología), pero no hay dudas de que algo tuvo que ver con los viajes de las caravanas por la Ruta de la Seda.

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