Temas de Interés / Torre de Marfil

En tierra de ciegos…

los tuertos en la historia
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Félix J. Fojo, MD
felixfojo@gmail.com
ffojo@homeorthopedics.com

La literatura, como el amor, nació ciega. Homero, el aeda por excelencia y padre de la poesía épica era, según cuenta la tradición, ciego de nacimiento. Tiresias, el adivino, que aparece como personaje en La Odisea, también lo era, pero no de nacimiento sino castigado por la diosa Atenea por haberla visto desnuda durante su baño. Edipo y Demócrito se arrancaron los ojos. El primero lo hizo con la hebilla del cinturón de Yocasta para purgar sus pecados y, el segundo, con sus propias manos para que la luz exterior no perturbara sus profundos pensamientos.

Pero hoy queremos hablar de tuertos. Comencemos por Polifemo, que, aunque tenía un solo ojo –el que le cegó Ulises–, en realidad no era tuerto pues poseer un ojo en medio de la frente era su condición natural. Odín, el padre de los dioses nórdicos, cambió uno de sus ojos por la sabiduría eterna y la clarividencia. Filipo de Macedonia, padre de Alejandro el Magno, era tuerto –entre otras muchas heridas de guerra–. Aníbal Barca, el mejor general cartaginés –elegido por aclamación caudillo a la edad de 25 años– y azote de los romanos, perdió un ojo en batalla. El general romano Quinto Sertorio, apodado “El Tuerto”, venció a Sila, Metelo, Pompeyo y muchos enemigos hasta que lo asesinó uno de sus lugartenientes.

Tuertos fueron Wenceslao II, rey de Bohemia, Christian IV, rey de Dinamarca y el feroz condottiero Federico de Montefeltro, quien perdió el ojo derecho en un torneo y, para no perder la visión periférica en las batallas, se hizo cercenar el puente de la nariz. El marino y héroe español Blas de Lezo perdió, entre otros miembros, un ojo en la defensa de Tolón. Tuertos gloriosos fueron el almirante británico Lord Nelson, muerto en Trafalgar en 1805 y el conde ruso Potemkin, asesor y amante de Catalina de Rusia. Aunque no era militar, Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Eboli y duquesa de Pastrana, amiga cercana y confidente de Felipe II, perdió un ojo practicando esgrima.

Exquemelin, el filibustero y cirujano francés, nos cuenta en su libro Piratas de América (1678), que el bucanero que perdía un ojo en la batalla recibía 500 pesos oro o un esclavo, a elegir. Y para hablar de tuertos recientes, recordemos al general israelí Moshe Dayan, vencedor de la Guerra de los Seis Días.

El autor de Os Lusíadas, Luis de Camoens, no veía por un ojo. James Joyce, el autor de Dublineses, de Retrato del artista adolescente y de Ulises, tampoco, y usaba un parche negro que le daba pinta de pirata y mucho gancho con las mujeres.

Y para terminar, mencionemos a tres genios del cine que eran tuertos: John Ford (The Iron Horse, The Lost Patrol, La diligencia y muchas otras), Raoul Walsh (El ladrón de Bagdad, Murieron con las botas puestas y varias decenas más) y Fritz Lang (El vampiro de Dusseldorf, Furia, Man Hunt y Blue Gardenia, entre otras). Hubo un cuarto, Nicholas Ray (Johnny Guitar, Rebelde sin causa, Rey de reyes y otras grandes producciones), que se hacía pasar por tuerto del ojo derecho. Se cuenta que algunas veces, cuando se le iba la mano en su dosis diaria de alcohol, se ponía el parche negro en el ojo izquierdo. Cosas de Hollywood.

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