El médico y las diferentes etapas en su formación, crecimiento y desarrollo profesional y personal

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Juan M. Aranda MD, FACC, FACP
Especialista en Cardiología
Profesor Clínico de Medicina, Escuela de Medicina UPR

Inquietudes personales, reflexiones espirituales y el constante apoyo de núcleos familiares son algunas de las vivencias que fortalecen la vocación y el carácter. En el siguiente ensayo, que incluye opiniones que se basan en situaciones comunes a muchos pero no a todos, se revisa una serie de aspectos que pueden ser válidos para la vida de una gran mayoría de profesionales de la salud.

En múltiples ocasiones, se han presentado en esta revista perfiles biográficos de profesionales cuyas ejecutorias han contribuido significativamente en el desarrollo de la medicina. Sus gestiones han sido clave en el desarrollo de programas de docencia, investigación y salud pública, que han redundado en grandes beneficios para nuestros pacientes.

Cuando analizamos sus trayectorias y experiencias, encontramos reveces temporeros entre sus ejecutorias y logros comunitarios, identificamos cambios estratégicos entre sus actividades y éxitos profesionales, diferencias de criterio en sus funciones de liderato y, en ocasiones lagunas y vacíos en sus relaciones sentimentales. En resumen, todos son seres humanos que han sabido utilizar estas vivencias, no siempre positivas, para enriquecer y humanizar su formación, desarrollo y crecimiento profesional.

Esta dinámica emocional, espiritual y personal puede ocurrir muchas veces en cuatro periodos o etapas diferentes, que se tratan a continuación:

I. La etapa de formación

Es el periodo de mayor crecimiento físico, emocional y de formación de carácter personal. Es la etapa donde adquirimos conocimientos y fundamentos básicos para establecer relaciones duraderas con familiares y amistades. Las relaciones y enseñanzas paternas son de vital importancia en la formación del carácter, del concepto de lealtad, y de la obligación y responsabilidad. La futura relación con nuestros padres en su edad avanzada será un reflejo de las inquietudes y vivencias de esta etapa, donde tenemos siempre su apoyo incondicional.

II. La etapa de desarrollo profesional

Es un periodo excitante y novedoso. Nuestros horizontes y metas se expanden. Planificamos nuevos objetivos y proyectos. Tal vez, vivimos fuera del hogar y nos alejamos de la supervisión paternal directa. Se extiende el grupo de amistades y compañeros. Surgen opiniones e influencias diferentes, en ocasiones negativas. Sin embargo predominan los fundamentos básicos en la formación del carácter, lealtad, espiritualidad, honestidad. Se tiene el apoyo fundamental de la familia inmediata.

Es una etapa compleja del desarrollo profesional del médico. Requiere mucha concentración, trabajo, dedicación personal y estudio. En esta etapa, también comienzan a establecerse relaciones personales románticas y sentimentales. Muchas veces se inicia el núcleo familiar personal y pueden aumentar los dependientes directos. Es una etapa muy dinámica; se pueden desarrollar en forma paralela estudios profesionales y especialidades exigentes a la vez que se adquieren responsabilidades familiares directas; obligaciones que nos pueden requerir 24 horas diarias y que, en ocasiones, confligen unas con otras. El apoyo del cónyuge es esencial y adquiere más importancia ya que se convierte en nuestro(a) confesor(a), consejero(a), asesor(a) y socio(a).

En esta etapa, se comienzan a adquirir obligaciones financieras y las exigencias económicas aumentan. Es un periodo donde la incidencia de separación conyugal aumenta significativamente. Pero también son los años donde se ve crecer a los hijos. Hay que autoeducarse para dedicarle tiempo a la familia y desarrollar espiritualidad religiosa.

Los dos denominadores comunes para el éxito en esta etapa son tener objetivos claros y haber completado en forma satisfactoria la transferencia emocional del apoyo de los padres al apoyo conyugal.

III. La etapa de reflexión

Es la etapa donde nos establecemos profesional, económica y emocionalmente. La estabilidad la determinan nuestro núcleo familiar en crecimiento y la satisfacción profesional en el cuidado y tratamiento de los pacientes.

En esta etapa, podemos llegar a posiciones de liderato, y desde ellas ejercer influencias, sabiendo que pueden ser positivas o negativas. Hay que reconocer que pudiendo estar en la cúspide de nuestras profesiones se desarrolla una nueva generación que debemos identificar e, idealmente, incorporar al grupo de trabajo. No hacerlo podría generar energía potencialmente destructiva.

En esta etapa, transferimos nuestra admiración y respeto hacia los logros de nuestros hijos. Guardamos sus diplomas y certificados, disfrutamos de sus juegos y sus éxitos. Reflexionamos sobre ideales y proyectos no imaginables diez años antes, reflexiones a veces exageradas y excesivas, otras vanidosas y orgullosas. Tenemos experiencia, juventud relativa, soltura y agresividad para llevar a cabo proyectos, algunos comunitarios, otros de negocios o de carácter romántico, potencialmente conflictivos entre sí. Debemos hallar los mecanismos necesarios para canalizarlos correctamente.

IV. La etapa de dependencia

Esta etapa tiene un comienzo de carácter sutil y delicado, en ocasiones imperceptible y, en otras, drástico y explosivo. La transición entre la etapa de reflexión, que se caracteriza por el uso de energía positiva y constructiva en forma de liderato y desarrollo, y la etapa de dependencia es muy variable. Sin embargo debemos conocer su presencia, sus repercusiones personales y establecer normas que faciliten una transición positiva y constructiva.

Ante algunos signos sutiles de su presencia, sin querer reconocerlo, utilizamos mecanismos como la negación. Algunos nombres se olvidan, repetimos las palabras, disminuye el vigor, todo esto mientras ejercemos nuestras función y responsabilidad de liderato en la etapa previa de reflexión. Lo reconocemos, pero no sabemos cómo aceptarlo. Podemos ser menos tolerantes ante opiniones y sugerencias o no identificar a la nueva generación de líderes que necesita nuestro tiempo, dirección y mentoría. Esto crea situaciones emocionales explosivas y traumáticas.

Como en las etapas anteriores, el apoyo familiar es parte esencial en la transferencia emocional que debe ocurrir hacia hijos y nietos. De alguna forma comenzamos a depender físicamente de ellos. En ocasiones, con o sin razón, creemos que los hijos se alejan de nosotros, nos olvidan, no nos llaman. En otras ocasiones los lazos familiares se fortalecen, crecen y se intensifican. Es incalculable el aporte y la relevancia de este nuevo grupo de apoyo en nuestra etapa de dependencia.

La clave para una etapa de dependencia productiva está en nuestra capacidad intelectual y emocional de identificar objetivos y metas alcanzables donde nuestra habilidad de mentoría profesional y personal sea utilizada para satisfacer nuestras inquietudes intelectuales.

De esta forma, logramos una transición efectiva, ordenada y coordinada manteniendo, hasta donde sea posible, nuestra habilidad intelectual y el apoyo a nuestros colegas y compañeros. Algo semejante puede ocurrir en nuestra relación con las nuevas generaciones familiares.

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