El huracán como personaje literario

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Félix Fojo, MD
Ex Profesor de la Cátedra de Cirugía
de la Universidad de La Habana
ffojo@homeorthopedics.com
felixfojo@gmail.com

Homero hace decir a Ulises en La odisea: “El mal parecer acabó de imponerse; desataron el odre, en tropel se escaparon los vientos y su furia nos arrastró de nuevo a la mar, ya a la vista de la patria, sumidos en llanto”. Describió así la violenta apertura de la bolsa de los vientos que Eolo le había regalado a Ulises e introdujo, por primera vez, un huracán como personaje literario. Pero no sería la última.

Al arribar al Caribe, el Almirante Cristóbal Colón y sus seguidores padecerían estos fenómenos atmosféricos, y por supuesto, los describirían en sus crónicas, diarios y cartas de relación: “El agua y la tempestad –nos dice Alvar Núñez Cabeza de Vaca− comenzó a crecer tanto que no menos tormenta había en el pueblo que en la mar, porque todas las casas e iglesias se cayeron...”.

El inglés William Shakespeare, que no vivió nunca un huracán, se sintió obligado a escribir La tempestad (sus contemporáneos también estaban descubriendo las “Tormentas de las Bermudas”), obra en la que sus personajes terminan recalando en una isla desierta arrojados allí por un ciclón. Y claro, el también inglés Daniel Defoe no dudaría en hacer naufragar la nave del marino Robinson Crusoe mediante un huracán cerca de Brasil.

“Juracan” –y no huracán– era el verdadero nombre de la deidad taína, vengadora de la injusticia, que terminaría por dar nombre a los ciclones, y así nos lo explican con mucho más detalle los escritores Fernando Ortiz (cubano) y Roberto Ramos Perea (puertorriqueño). Y si de deidades se trata, el folclorista boricua Alexis Morales Cales señala muy atinadamente que en tiempos de huracanes se exacerba la religiosidad de la gente, aspecto que resalta también, junto con el concepto de heroísmo popular ante la adversidad, la escritora y profesora puertorriqueña Mayra Santos Febres.

Mención especial merece el estremecedor reportaje de Ernest Hemingway titulado “Quién mató a los veteranos”, en el que analiza la muerte de alrededor de 500 trabajadores durante el huracán del Día del Trabajo de 1935 en Matecumbe Key, en la Florida.

Pocos escritores, sin importar la nacionalidad, han tratado el tema de los ciclones y temporales caribeños, como el cubano –nacido en Suiza– Alejo Carpentier. La descripción de una tormenta de este tipo en su primera novela de 1927 Ecue-Yamba-O es antológica, retomando él el tema 35 años después –incluso con más nivel descriptivo– en su formidable obra El siglo de las luces.

Las buenas letras de canciones, que son también literatura, han cantado a ciclones y a terribles tormentas de la mano de Miguel Matamoros y Tite Curet Alonso, por poner solo dos ejemplos clásicos. Y en la poesía, quiénes mejores que el sevillano Gustavo Adolfo Bécquer, los cubanos José María Heredia y Nicolás Guillén, y el puertorriqueño Luis Palés Matos.

Ya más cerca de nosotros en el tiempo, la escritora norteamericana Josmyn Ward gana el National Book Award de 2011 por su libro Salvage the bones, sobre el huracán Katrina y sus secuelas, el novelista y cuentista norteamericano Richard Ford trata en su libro Francamente, Frank (2015) sobre el huracán Sandy, el escritor Richard Hughes introduce el tema en la literatura para adolescentes con A high wind in Jamaica y la veracruzana Fernanda Melchor nos regala su interesante novela Temporada de huracanes.

Baste este mínimo recorrido por un tema que no hemos ni remotamente agotado y que no tiene trazas de agotarse porque estas catástrofes naturales seguirán apareciendo año tras año y los escritores seguirán encontrando en ellas nuevas aristas sociales y humanas de interés para todos.

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