Nunca olvidaré una situación hace unos 20 años: Me visitó un reconocido neurocirujano para consultarme un caso. Me saludó con afecto casi paternal y me preguntó amablemente cómo estaba. Yo tenía los teléfonos sonando, informes por hacer y pacientes por atender y algunas charlas por preparar. Le dije: “uff, con mil problemas por resolver…”. Él me respondió: “¡Te felicito! ¡Qué suerte! ¡Estás vivo y tienes problemas, qué bueno, imagínate aquellos que no los tienen! ¡Tienen que buscarlos o los tienen que (...)